Si hubiera sabido...
- Gabriela Raimondi
- 4 ago
- 2 Min. de lectura
(autor desconocido) Si hubiera sabido que los hijos también se van antes de tiempo, te habría construido un refugio a prueba de todo… un castillo invencible donde la muerte no pudiera alcanzarte jamás.
Si hubiera sabido que el adiós llegaría tan pronto, habría detenido mi mundo justo en ese instante, sin permitir que el tiempo siguiera corriendo.
Si hubiera sabido que un día tendrías alas, habría buscado las mías para volar contigo.Y si hubiera sabido que te irías de viaje sin regreso… habría metido mi vida entera en tu maleta.
Perder un hijo es algo que no se puede explicar con palabras. Es enterrar un pedazo del alma. Es sostener un cuerpo que alguna vez reía, soñaba, se aferraba a tus brazos… y que ahora, en un silencio brutal, se despide.
No existen consuelos suficientes, ni relojes que curen. Porque la vida, esta vez, se equivocó de orden. Los padres deberíamos irnos primero.
El cuerpo se despide, sí. Pero el amor… el amor se queda. En cada rincón de la casa, en las fotos que aún respiran, en la ropa que huele a infancia, en los “te quiero” que no alcanzaron a decirse, en los abrazos que se quedaron esperando.
Dicen que la vida continúa. Y es cierto. Pero no igual. Después de perder un hijo, uno aprende a caminar con una herida abierta, a sonreír con los ojos llenos de nostalgia, a agradecer incluso los momentos breves.
Porque cuando un hijo parte, no solo se apaga una vida. También se va una parte del futuro, de los sueños, de lo que pudo ser.
Y aunque duela, aunque el alma se rompa, se puede honrar esa vida con amor. Recordando que ese hijo vive en nosotros. En lo más profundo del corazón. En la luz que guía, en el amor que jamás se irá.
Con el tiempo, el dolor no desaparece. Pero uno aprende a vivir con él. Como quien lleva una cicatriz que no es fea, sino sagrada. Porque esa herida habla del amor más grande que existe.



Comentarios